sábado, 19 de octubre de 2013

Las pesadillas de las TUC

La unidad del transporte colectivo se acerca rápidamente a la parada, que no solo luce desierta, pues lo está. Apenas estamos seis ciudadanos en un sitio en el que día a día suben y bajan de los buses más de 50 mil personas. Para variar, viene a exceso de velocidad, característica principal del transporte público de Managua.

El brillo de las luces de los nuevos focos alojenos que luce este destartalado bus me trae a la realidad, soñaba despierto y lo peor, no sé con qué. Ahora, lo importante era encontrar la pinche tarjeta TUC que regresar al tiempo del sueño. ¡Mierda! en qué pensaba que no tengo a mano esta pendejera pensé.

Una corriente helada recorre mi espina dorsal. No me puede dejar este bus y los otros 5 ciudadanos ya están a la puerta del bus ¿y la puta tarjeta, dónde está?

Las bolsas delanteras de mi pantalón ya ni monedas cargan. Están vacías como mi estómago. No como desde las 12 del mediodía y ya son las 8 de la noche. ¡Que día! ni un café tuve tiempo de hacerme. Y en las bolsas de atrás, un pañuelo y las llaves que cuelgan de un llavero.

Son las 8pm y este debe ser el último bus de la jornada, y las luces tenues que alumbran el paisaje desolador me recuerdan el largo prontuario de delitos que se han suscitado en este lugar. Hace tres días José Abraham en el noticiero de la TV narraba con lujos de detalles como los delincuentes que azotan el sector, habían pelado a un prójimo.

Y es que los árboles de chilamates sólo en el día tienen verdadera utilidad, por la fresca sombra que regalan a los comerciantes y traunsentes de esta parada de buses. Pero en la noche, son la guarida perfecta para los hijos de su puta madre delincuentes.

Sudo a mares. Me toco y me toco y no está la tarjeta. ¡Donde la puse diosito lindo! El tiempo juega a mi favor por unos segundos. Una señora, la primera en abordar el bus tiene problemas, el validador no reconoce la tarjeta. “Pero si le recargué 50 pesos esta mañana”, reclamaba y en forma de disculpa por la vergüenza escénica.

El conductor replicaba mientras mira hacia otro lado: “Pero la anda en cero señora, no atrase”. “No se desespere señora, pásela otra vez, quizás no hay sistema en este momento”, dijo una muchacha desde el fondo del bus. “Con paciencia y saliva, todo se puede madre”, le dijo un tipo que se hacía pasar de gracioso.

Y yo seguía tocándome de norte a sur, de este a oeste. Píííí, sonó el validador. Tenía fondos la tarjeta y señora que ahora respiraba aliviada, decía: Si los pesos valieran, no pasáramos estos sustos. Que palabras más profundas para un tipo como yo, que estaba en problemas, pues ni la tarjeta tenía a mano.

Y subieron el resto de pasajeros y yo con las rodillas temblando. Me iba a quedar sólo y convertirme en una presa vulnerable en un escenario en el que pululan pequeños grupos delincuenciales en motos o a pie, con todas las intenciones de joder a la gente mientras le roban.

"¿Y vos, te vas a quedar aquí para que te pelen como chancho?" Me gritó el busero, y siguió con su retajila: "En la bolsa de la camisa tenés la tarjeta", siguió hablando, "pareces baboso". Y sus comentarios ofensivos me parecieron un piropo, estaba vivo y con la certeza que al menos yo, no saldría en las noticias de mañana.

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