Aunque en el pasillo del hospital Militar no había
un reloj, yo oía el avanzar de la aguja y sabía que ya pasaban las seis de la
mañana, que afuera el sol ya brillaba con intensidad pero que muy pronto sería
mi rostro el que brillaría más que el astro rey. Sin embargo, frente a la pared
fría, inamovible e imperturbable, caminaba como sonámbulo mientras oraba a Dios
pidiéndole que cuidara a tu madre mientras estaba en la tarea de traerte al
mundo fuerte, sano y lleno de jovialidad.
Apenas había terminado la final de la 4ta
Generación de la Academia
la noche del 3 de julio, esa que tu madre y yo mirábamos cuando te gestaba en
su vientre. Apenas Erasmo vencía a Yuridia y tu impaciente, aviste que estabas
listo para venir al mundo, y comenzamos a correr, a tomar las cosas y largarnos
al hospital pues había un diagnóstico de preeclampsia y debíamos ser
responsables con cualquier señal.
Al llegar al hospital nos dijeron que la noche sería larga y un poco después de las tres de la madrugada del 4 de julio, llené los formularios en la que aceptaba el proceso de cesárea para tu parto. Y lo humano me venció y, me acordé de Dios, y gracias a ti he tenido uno de los más brillantes contactos con Él. Esa mañana sentí la presencia de Dios, sentí su gracia y su bendición, y ahora tú eres el testimonio de esa mañana espectacular.
Y luego apareciste tú, envuelto todito en unas sabanitas del hospital, en los brazos de una enfermera que ni siquiera me contestó a la pregunta si eras el hijo de Teresa, y pasó raudo rumbo a neonato, y en momentos dudé si seguir sus pasos o no, pero me fui tras ustedes y miraba como la firma que impuso mi madre en nuestra familia sobresalía, ahí iba tu pelo chirizo y alborotado fuera de la sábanas.
Y desde una ventana miré que te acomodaron a una cuna (a la que estuviste conectado un poco más de 24 horas mientras tus pulmones terminaban de madurar), y una enfermera ya mayor se me acercó quizás motivada por el brillo de mis ojos, a preguntarme si era el padre del niño de Teresa, le dije que sí y entonces acercó la cuna a la ventana apara que te viera de cerca.
Desde entonces, eres el centro de mi vida, la razón de vivir, lo más grande que he vivido.
Hoy en tu cumpleaños número 8 quiero darle las
gracias a Dios por su regalo, a tu mamá por traerte al mundo y a ti, por ser el
mejor regalo que ha llegado a mi vida. Te quiero hijo. ¡Feliz cumpleaños!
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