jueves, 23 de mayo de 2013

Cuando un amigo se va

@caleroedwin
Sabíamos que estaba enfermo, sabíamos que la situación era complicada. Pero en nuestros corazones esperábamos que la voz ruidosa, jovial y alegre que apagaron por prescripción médica en el hospital Militar, se reactivara con esa chispa incesante que conquistaba hasta los desconocidos.

Chombo, o Jerónimo Oporta como dice su cédula de identidad, fue de esas personas que hacen que uno se detenga un minuto en su atareado trajinar, para dar gracias a Dios por haberlo conocido. Su alegría no tenía límites y su altruismo, incomparable. Fue capaz de sacrificar su trabajo cediendo su cámara al colega sufrido que atravesaba momentos difíciles porque se le había fregado su equipo y debía llevar la foto a su trabajo.

No creo que exista alguien que registre un pleito con Chombo, quizás salían molestos por su jodedera, pero todo pasaba rápido.

Su hijo Enrique fue también víctima de las bromas severas que se gastaba. Se besó con un hombre para dar una lección a su hijo, “el viejo era genial”, dice Chombito, justo heredero de la historia espectacular que construyó su padre a base de arduo trabajo, incesante dedicación y mucha pasión.

Recibir la noticia de su partida, fue como la llegada de una daga al centro del corazón. Su partida deja un hondo dolor y espacio que nadie llenará. Hoy en su vela sabemos que las anécdotas serán interminables, alegres. Sabemos que tenemos prohibido llorar porque es capaz de salir a darnos un buen susto con el argumento de que su vida fue alegre, que cultivó alegría y que quiere que lo despidamos a como él fue: vivaz, jodedor, tremendo. Se fue un gran tipo, y lo que más lamentamos, sólo tenía 52 años.

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